He decidido dar el salto al poco agradecido mundo de las
crónicas escrabelísticas, sabiendo que mucho me falta para igualar a los
grandísimos cronistas que después de cada torneo nos deleitan con sus letricas.
Y nada mejor que hacerlo con este
magnífico torneo que cada año nos brindan las compis del Malacitano,
superándose y currándoselo más y más a cada año que pasa, sin perder la ilusión
ni la sonrisa. De verdad que moláis mucho, siempre me encanta venir a
Fuengirola.
Hechas las presentaciones, decir
que el viaje empezó de manera… peculiar…? Circulando frenéticamente a una media
de unos 25 km/h por la autovía Sevilla-Málaga, debido a la fecunda cosecha de
radares que los campos sureños han dado este año. Hay que sumar a esto la
irreprochable lección de estrategias impensables y anagramas de 7 vocales con
las que el Señor Oscuro nos obsequiaba siniestramente desde el asiento trasero
durante todo el trayecto, así como una nueva versión del famoso macramé sevillano
por parte de María. Esta versión no consistía en cerrar el tablero lo máximo
posible, sino en cerrar a cal y canto todas las ventanas del coche a toda
costa, supongo que con la intención de matar al rival asfixiándolo. Así que al
final acabamos jugando al famoso juego de “Bajo la ventanilla, tú la subes, yo
pongo el aire acondicionado, tú lo quitas, y así tres horas de diversión a
tope”. Por supuesto, ni que decir tiene que aquel juego lo ganó ella. Entre el
uno y la otra viví una noche de Halloween inolvidable.
Llegamos a Fuengirola sin más
incidencias, salvo un pequeño rodeo que nos hizo dar el GPS cuando ya casi
estábamos en la puerta del hotel. Nada, una vueltecita hasta la Sierra de
Gredos y volver, poca cosa. Ya en el hotel, re-encuentro general y detalle del
Malacitano, uno más, con invitación en el bar del hotel. Y luego a cenar al
Lizarran, donde el último día casi nos hacen socios honoríficos tras dejarnos
allí la mitad de nuestros ahorros.
A la mañana siguiente Novoa, Vanessa, Yaiza,
María Pelaez y yo logramos la difícil tarea de encontrar la cafetería más cara
de Andalucía, la cual tenía a las camareras más antipáticas de España y el café
más malo de Europa, todo a la vez. Me escapé a tiempo al súper de al lado a
comprarme algo y me libré de pagar 3 euros por un café.
Aquella mañana recibí mi primera
buena noticia: tras minuciosos y numerosos cálculos acerca de los
emparejamientos de la primera ronda, todo apuntaba a que mi primera partida me
enfrentaría con la única debutante del torneo, la cual decían que no había
jugado en tablero en su vida.
Ya en la sala, pensando que al
fin voy a empezar un torneo ganando la primera partida, la voz de Marina Melero
cantando los emparejamientos transforma mi dulce sueño en horrible pesadilla: “Mesa
1: Rick de las Casas-Antonio Álvarez”. ¿Pero qué debutante es este? ¿Cómo
narices habían hecho los cálculos de emparejamientos? Así que me senté resignado
a contemplar cómo el “debutante” me endosaba scrabbles como rosquillas.
Siempre se aprende algo nuevo, y
en segunda ronda, Isabel Pérez me enseñó una nueva palabra de 3 letras: Nia. Nia…?
Ni hablar! Me aseguró que era una unidad de medida y que ella la ponía muchas
veces, y tras múltiples forcejeos y la amenaza de llamar a la Policía Local de
Fuengirola, logré que desistiera y que la quitase del tablero.
Ahora sí, en tercera jugué con la
mencionada debutante, Isi Guarino, que mostró buenas maneras y muchas ganas de
aprender. Encajó bien la derrota y aceptó mejor aún algunos consejos, creo que dentro
de poco tiempo dará guerra.
Los del Lizarran volvieron a
recibirnos casi haciéndonos la ola. De hecho estuvieron a punto de adoptar a
Peláez, que malito del estómago él, pidió que le hicieran una tortilla francesa
especial para señores oscuros. A la camarera debió de darle penita, porque le
puso un tortillón como la catedral de Burgos y lo miraba con ojos maternales.
Esta vez los cálculos para cuarta ronda no fallaron, y me tocaba jugar con
María. Quería vengarme de mi derrota del día anterior en el juego de “sube y
baja las ventanillas del coche”, y se me ocurrió una idea justo antes de la
partida.
Mi estrategia consistió en
mantener mis fichas boca abajo hasta que ella hiciera su jugada. Así no vería
mis caras de “Q”, de “Scrabble”, de “doblar la J”… Os prometo que hace tiempo en
una partida amistosa me miró y me dijo “Por tu cara sé que tienes la J y que
vas a doblarla”. Y acertó! Al final no me hubiera hecho falta porque me salió
todo y más, y a ella nada y menos, y gané.
En quinta me vino otro miura: una
de mis 457 bestias negras del Scrabble: Álvaro. Y nada menos que en mesa 1.
Decidí jugar también con mis fichas boca abajo, pero la partida fue aún más
escandalosa a mi favor que la anterior: 5 scrabbles míos por dos suyos. A cada
jugada mía yo pedía perdón y a él le salía un tic en el ojo derecho.
Novoa me ganó en sexta ronda en
una partida chula.
En la última del día vi pasar mi
vida entera por delante de mis ojos cuando Vanessa se levantó de la silla al
acabar. Sentí próxima mi muerte, intenté escribir un testamento rápido en mi
libreta de partidas… Y todo porque le clavé un nónuple con “TITÁNICO” y al
robar, de 11 fichas que quedaban no cogí la Q… Sí, se me apareció un poco la
virgen, para qué negarlo.
Así las cosas, acabé el día
arriba en la clasificación y con opciones de todo. Animé al Peláez Oscuro a que
se fuese de karaoke y a que se bebiera hasta el agua de los floreros, ya que a
la mañana siguiente sería mi primer rival.
Para mi sorpresa le gané de 3 puntos
en una partida de infarto. Digo “para mi sorpresa” porque nuestra media en
partidas amistosas debe de andar por los 5/1 a su favor, siendo generosos. Así
que parecía claro que el señor oscuro lo tenía un poco negro para ganar el
torneo.
A estas alturas estábamos 4
jugadores empatados a 6 puntos liderando la clasi: Álvaro, Novoa, Pelaez y yo.
Así que podía pasar de todo, y lo que pasó fue que el Swiss hizo unos emparejamientos
rarísimos y me tocó con el afable Crápula, que afablemente me dejó sin opciones.
Mis tres rivales ganaron sus partidas y yo perdí la mía, que cogió mala pinta
desde el principio al jugarme una palabra mala que habré puesto 400 veces mal: “Bocetar”.
Para arreglarlo, también puse “geleando”. Obviamente, un tío que se juega un torneo
en penúltima ronda y pone “bocetar” y “geleando” merece múltiples collejas y
cero premios.
En última ronda perdí con Novoa
de 4, en un final que se apretó muchísimo tras ver la partida perdida. Se quedó
con 23 segundos en su reloj, y yo con sabor agridulce.
Tras acabar el torneo, fuera
nadie se aclaraba si los premios eran acumulativos, si no lo eran, si el premio
que corría era el de campeón de Andalucía o los de pódium. Había quedado Álvaro
primero y también campeón de Andalucía. Si elegía el trofeo de campeón de
Andalucía, el segundo clasificado, Novoa, se llevaría el trofeo al ganador. A
éste no le parecía lógico, y creo que al resto del mundo, exceptuando quizás al
congreso de los diputados, tampoco.
Por un momento nadie se aclaraba,
alguien sugirió que Novoa se llevase el premio de campeón de Andalucía, Álvaro
el de mejor debutante y José Montes, que andaba de excursión por la Alpujarra
granadina, el de primer clasificado.
En la comida de despedida
presencié una imagen que quedará grabada en mi retina de por vida. Vanessa se
acercó a la mesa donde estábamos comiendo los sevillanos y mirando a María se
arrodilló y le pidió con ojos de cordero degollado que le enseñase los más
profundos secretos del macramé. Un fajo de billetes de 50 le sobresalía de un
bolsillo, y una pistola del calibre 22 del otro. Cuando me miró de reojo y me
gritó: “titánico!” volví a ver peligrar mi vida y me fui a buscar el postre.
Y así acabó todo, bueno, todo
todo no, a mitad de camino terminamos Peláez, María y yo jugando 3 partidas en
una gasolinera de mala muerte en medio de la autovía, casi sin luz, arreciados
de frío y escuchando aullidos de lobos no muy lejos. El Señor Oscuro, al borde
de la locura, se reía solo y repetía una y otra vez “Aullido prolonga a
maullido!”
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