domingo, 7 de diciembre de 2014

CRÓNICA DEL TORNEO DE SCRABBLE DE SEVILLA




Este primer torneo de diciembre de Sevilla, teniendo en cuenta los singulares personajes que cohabitan en el mundo del Scrabble hispalense, no podía sino comenzar de una forma un tanto rocambolesca. Yo había recibido el extraño encargo de “ambientar el torneo”, cosa que no entendí muy bien en un principio. Pero cuando estaba decidido a cumplir mi  misión, claro está, a mi propia manera, y llegué a la sala equipado con un tanga de la Pantera Rosa y unos pompones de cheer leader, me explicaron que no se trataba de eso, sino de “ambientar” en el sentido más literal de la palabra. Vamos, que buscase un bazar abierto un sábado festivo en Sevilla a las 9 de la mañana con 7 grados, y comprase un par de ambientadores porque la sala no tenía ventilación. 


Cuando entré en la sala y vi el elenco de participantes del torneo casi se me saltan dos lagrimones, porque pensé que aquello en vez de ser un torneo de la AJS era un reencuentro conmemorativo del extinto Azeuxis. Sobre todo cuando vi pululando por allí a un señor muy parecido a Ricardo de Arcos, pero con más pelo.


A tenor de la masiva presencia de amantes del macramé sevillano que allí éramos, alguien sugirió cambiar algunas normas básicas del juego: quien llegase antes a 200 puntos, perdía la partida. Quien hiciera una jugada de más de 60 puntos, perdía la partida. Quien no obedeciese a María, perdía la partida y se llevaba una colleja. Por suerte, por allí andaban Santi, Antonio Álvarez y Miguel Ángel, que se opusieron, y el torneo pudo comenzar de forma normal.


Bueno, de forma normal es un decir, porque después del madrugón, de recorrerme media ciudad buscando los imprescindibles ambientadores de jazmín para cualquier torneo que se precie (Sí, si no eran de jazmín, no valían), y de llegar a la sala a toda prisa congelado y acalorado a la vez, el sorteo de la primera ronda parece descojonarse de mí cuando veo: “Rick de las Casas, primer bye”. Así que ahí estuve yo, dando vueltas por la sala durante una hora con un ambientador de jazmín en la mano.


Ya metidos en faena, en segunda ronda me hicieron falta 4 scrabbles y más de 500 puntos para vencer al Pingus, que aparte de dejarme anodadado con un “roñáseis” de 118 puntos, se pasó media partida llamándome “pene deambulante” y riéndose, aún no entiendo por qué.


En tercera ronda tuve una partida muy emocionante con Santi, no pude resistirme a cerrar el tablero mezquina pero éticamente, y al final cuando vació la bolsa pude poner mi scrabble. Así que acabé la mañana arriba con “tres” victorias.


A la hora de la comida, los de “El Fogón de Sancho” debieron de vernos cara de eso, de Sancho Panza, porque empezaron a sacar comida como si fuésemos las legiones romanas de Julio cesar. Además de cantidad, todo exquisito. Juraría que vi al señor oscuro sepultado bajo una montaña de arroz con verduras, Yaiza era una máquina industrial de devorar cuencos de ensaladilla, incluso me pareció que a José Montes le había vuelto a crecer el pelo, aunque luego me fijé y resultó ser que alguien le había derramado una fuente de tallarines en la cabeza. Cachis…


Al acabar de comer me ocurrió un hecho curiosísimo: el camarero me llamó y me enseñó en su móvil una foto que había hecho de mi partida con Santi, y me dijo: “me fijé que con ese atril tenías un scrabble en este hueco doblando tales letras, por qué no lo pusiste?”. Me dejó flipado, porque ese scrabble era doblando cuatro letras, entre ellas la Y, en el único hueco que quedaba del tablero. Luego le expliqué lo que era un zamarrazo y por qué no debía ponerlo, etc. 


Después de comer me tocó jugar con el gran José Montes, ya sin tallarines ni pelo en la cabeza, pero a la postre justísimo y merecido campeón. Tuve el honor de vencerle en una partida ajustadísima, aunque el honor no es sólo ese, sino compartir torneo, comida, etc con semejante crack. 


Pero lo más curioso de todo el torneo vendría al comenzar la quinta ronda. Me enfrentaba a Joan Lázaro, que para mi desgracia, dio con la forma más efectiva de derrotarme. Justo antes de empezar la partida, veo que se desabrocha el cinturón y que su bragueta queda medio abierta. Total, que de esa guisa empezamos a jugar, pero cada vez que yo cogía mis siete letras para poner un scrabble, Joan Lázaro movía el paquetón y me sonreía, ante lo cual yo me retractaba, y acababa por jugar un “ad”, un “eh” o un “oh”. Como se puede intuir, aquello no acabó bien para mí y me ganó. Seguramente ese truco también sirva para cualquier mujer que se enfrente conmigo, así que ya sabéis lo que tenéis que hacer para ganarme, chicas. Bueno, por probar no perdéis nada, no?


En sexta ronda palidecí ante la furia del señor oscuro, que me hizo 5 scrabbles y más de 550 puntos. Los 8 kilos de cocretas que se comió (Sí, cocretas, alguien dijo durante la comida que admitirán esa palabra) debieron de darle energía y fui aplastado por sus ejércitos. Grande Peláez.


Álvaro, con acumulada sed de venganza por nuestro último enfrentamiento, me esperaba en ronda siete. Quedaría bonito decir que veía rencor en su mirada, odio tras su gafas, resentimiento en sus gestos… Pero estaría mintiendo. Yo no he visto en mi vida un tío que se ría más cuando le ponen un scrabble o cuando pierde una partida. Es mi ídolo, yo venga a hacerle puntos y él venga a sonreir como si tuviese a Elsa Pataky debajo de la mesa. Al final casi fui yo el que me ofusqué, sin entender por qué era tan feliz ese hombre y sin poder encontrar a Elsa Pataky en ningún sitio. Igual por eso le gané con la palabra “educado”.


Así pues, terminé el día arriba en la clasi y con opciones de todo. Por eso me fui a dormir temprano y descansar, a pesar de las 400 llamadas y 3000 whatsapp con que Miguel Angel Henares me bombardeó entre las 22:00 y las 7 de la mañana para que saliese de fiesta.


Sin embargo, de poco me sirvieron mis 14 horas de sueño y mis 15 tilas, porque en ronda ocho el regresado Ricardo de Arcos no me dejó poner ni un solo scrabble y no pasé de los 300 puntos. Si me hubiera ido de fiesta con Pingus hubiera perdido igual, pero por lo menos lo mismo hubiese ligado. Esperemos que haya vuelto para quedarse, gran noticia su retorno.


En ronda nueve me las prometía muy felices al ver que me tocaba con mi apreciado camarada Germán, debutante en este torneo. Sin embargo sufrí tinta china para ganarle. Hasta el penúltimo turno que cogí el comodín lo tuve crudo, siempre a remolque en una partida muy dura. Tanto él como Inés debutaron en el torneo con más media de elo de la historia y dieron la talla de forma sobresaliente, demostrando que a poco que cojan tablas harán grandes cosas. Un merecidísimo aplauso para ambos.


En última ronda me jugaba el pódium, el trofeo sub 1900… podía pasar de todo, desde ganar ambos premios a quedarme sin ninguno. Y con quién me tenía que tocar…?? Sí señor! Con el señor de la bragueta abierta y el cinturón desabrochado! Sir Joan Lazaro! Cuando lo vi sentado esperándome con cara de sorna y echándose mano al botón del pantalón me temí lo peor. Sin embargo, para mi sorpresa conseguí ganarle, y además acabé con la palabra “jodí”, cosa que debió de enfurecerlo, porque al acabar la partida os juro que se quitó el cinturón y empezó a perseguirme por toda la sala para azotarme. Parecíamos el cuadro de Goya “la letra con sangre entra”. Grande Lázaro, pero más grande aún Marian, que me salvó de ser fustigado.


Total, que acabé segundo, mi primer pódium, y ganador del sub 1900, premio que al final cedí a Pingus, con la condición de que me explicara por qué se llevó todo el torneo llamándome “rey de la colina” y “pene deambulante”. Pero aún no había acabado todo. ¿Qué mejor forma de concluir y celebrar un torneo como este? ¿Copas?¿Una tarta? No señor… algo mejor… en Sevilla somos así…  Tras el intensísimo torneo clásico…Venía el torneo de duplicadas! Se nos ocurrió ponerlo el domingo por la tarde, por si aún teníamos hambre de Scrabble. Ganó Joan Lázaro, que estaba desatado, al igual que su cinturón. Cuando acabamos de jugar y de recoger eran las 10 de la noche, y decidí escapar de allí cuanto antes porque vi que se estaba llegando a un consenso entre Pelaez, Yaiza y María para jugar una ronda más de duplicadas y hacer noche allí mismo.


Muchas gracias a los que vinieron de fuera, a los que vinieron de dentro, a los que quisieron pero no pudieron, al “Fogón de Sancho” por volcarse con el torneo, a Marian por aguantar carros y carretas como jueza y domadora de fieras…

El año que viene más y mejor!






lunes, 3 de noviembre de 2014

IV ABIERTO DE ANDALUCIA DE SCRABBLE: UNA CRÓNICA MÁS

He decidido dar el salto al poco agradecido mundo de las crónicas escrabelísticas, sabiendo que mucho me falta para igualar a los grandísimos cronistas que después de cada torneo nos deleitan con sus letricas.
Y nada mejor que hacerlo con este magnífico torneo que cada año nos brindan las compis del Malacitano, superándose y currándoselo más y más a cada año que pasa, sin perder la ilusión ni la sonrisa. De verdad que moláis mucho, siempre me encanta venir a Fuengirola.

Hechas las presentaciones, decir que el viaje empezó de manera… peculiar…? Circulando frenéticamente a una media de unos 25 km/h por la autovía Sevilla-Málaga, debido a la fecunda cosecha de radares que los campos sureños han dado este año. Hay que sumar a esto la irreprochable lección de estrategias impensables y anagramas de 7 vocales con las que el Señor Oscuro nos obsequiaba siniestramente desde el asiento trasero durante todo el trayecto, así como una nueva versión del famoso macramé sevillano por parte de María. Esta versión no consistía en cerrar el tablero lo máximo posible, sino en cerrar a cal y canto todas las ventanas del coche a toda costa, supongo que con la intención de matar al rival asfixiándolo. Así que al final acabamos jugando al famoso juego de “Bajo la ventanilla, tú la subes, yo pongo el aire acondicionado, tú lo quitas, y así tres horas de diversión a tope”. Por supuesto, ni que decir tiene que aquel juego lo ganó ella. Entre el uno y la otra viví una noche de Halloween inolvidable.

Llegamos a Fuengirola sin más incidencias, salvo un pequeño rodeo que nos hizo dar el GPS cuando ya casi estábamos en la puerta del hotel. Nada, una vueltecita hasta la Sierra de Gredos y volver, poca cosa. Ya en el hotel, re-encuentro general y detalle del Malacitano, uno más, con invitación en el bar del hotel. Y luego a cenar al Lizarran, donde el último día casi nos hacen socios honoríficos tras dejarnos allí la mitad de nuestros ahorros. 

A la mañana siguiente Novoa, Vanessa, Yaiza, María Pelaez y yo logramos la difícil tarea de encontrar la cafetería más cara de Andalucía, la cual tenía a las camareras más antipáticas de España y el café más malo de Europa, todo a la vez. Me escapé a tiempo al súper de al lado a comprarme algo y me libré de pagar 3 euros por un café. 

Aquella mañana recibí mi primera buena noticia: tras minuciosos y numerosos cálculos acerca de los emparejamientos de la primera ronda, todo apuntaba a que mi primera partida me enfrentaría con la única debutante del torneo, la cual decían que no había jugado en tablero en su vida. 

Ya en la sala, pensando que al fin voy a empezar un torneo ganando la primera partida, la voz de Marina Melero cantando los emparejamientos transforma mi dulce sueño en horrible pesadilla: “Mesa 1: Rick de las Casas-Antonio Álvarez”. ¿Pero qué debutante es este? ¿Cómo narices habían hecho los cálculos de emparejamientos? Así que me senté resignado a contemplar cómo el “debutante” me endosaba scrabbles como rosquillas.

Siempre se aprende algo nuevo, y en segunda ronda, Isabel Pérez me enseñó una nueva palabra de 3 letras: Nia. Nia…? Ni hablar! Me aseguró que era una unidad de medida y que ella la ponía muchas veces, y tras múltiples forcejeos y la amenaza de llamar a la Policía Local de Fuengirola, logré que desistiera y que la quitase del tablero. 

Ahora sí, en tercera jugué con la mencionada debutante, Isi Guarino, que mostró buenas maneras y muchas ganas de aprender. Encajó bien la derrota y aceptó mejor aún algunos consejos, creo que dentro de poco tiempo dará guerra.

Los del Lizarran volvieron a recibirnos casi haciéndonos la ola. De hecho estuvieron a punto de adoptar a Peláez, que malito del estómago él, pidió que le hicieran una tortilla francesa especial para señores oscuros. A la camarera debió de darle penita, porque le puso un tortillón como la catedral de Burgos y lo miraba con ojos maternales. Esta vez los cálculos para cuarta ronda no fallaron, y me tocaba jugar con María. Quería vengarme de mi derrota del día anterior en el juego de “sube y baja las ventanillas del coche”, y se me ocurrió una idea justo antes de la partida.

Mi estrategia consistió en mantener mis fichas boca abajo hasta que ella hiciera su jugada. Así no vería mis caras de “Q”, de “Scrabble”, de “doblar la J”… Os prometo que hace tiempo en una partida amistosa me miró y me dijo “Por tu cara sé que tienes la J y que vas a doblarla”. Y acertó! Al final no me hubiera hecho falta porque me salió todo y más, y a ella nada y menos, y gané. 

En quinta me vino otro miura: una de mis 457 bestias negras del Scrabble: Álvaro. Y nada menos que en mesa 1. Decidí jugar también con mis fichas boca abajo, pero la partida fue aún más escandalosa a mi favor que la anterior: 5 scrabbles míos por dos suyos. A cada jugada mía yo pedía perdón y a él le salía un tic en el ojo derecho.

Novoa me ganó en sexta ronda en una partida chula. 

En la última del día vi pasar mi vida entera por delante de mis ojos cuando Vanessa se levantó de la silla al acabar. Sentí próxima mi muerte, intenté escribir un testamento rápido en mi libreta de partidas… Y todo porque le clavé un nónuple con “TITÁNICO” y al robar, de 11 fichas que quedaban no cogí la Q… Sí, se me apareció un poco la virgen, para qué negarlo.

Así las cosas, acabé el día arriba en la clasificación y con opciones de todo. Animé al Peláez Oscuro a que se fuese de karaoke y a que se bebiera hasta el agua de los floreros, ya que a la mañana siguiente sería mi primer rival.
Para mi sorpresa le gané de 3 puntos en una partida de infarto. Digo “para mi sorpresa” porque nuestra media en partidas amistosas debe de andar por los 5/1 a su favor, siendo generosos. Así que parecía claro que el señor oscuro lo tenía un poco negro para ganar el torneo.

A estas alturas estábamos 4 jugadores empatados a 6 puntos liderando la clasi: Álvaro, Novoa, Pelaez y yo. Así que podía pasar de todo, y lo que pasó fue que el Swiss hizo unos emparejamientos rarísimos y me tocó con el afable Crápula, que afablemente me dejó sin opciones. Mis tres rivales ganaron sus partidas y yo perdí la mía, que cogió mala pinta desde el principio al jugarme una palabra mala que habré puesto 400 veces mal: “Bocetar”. Para arreglarlo, también puse “geleando”. Obviamente, un tío que se juega un torneo en penúltima ronda y pone “bocetar” y “geleando” merece múltiples collejas y cero premios.

En última ronda perdí con Novoa de 4, en un final que se apretó muchísimo tras ver la partida perdida. Se quedó con 23 segundos en su reloj, y yo con sabor agridulce.

Tras acabar el torneo, fuera nadie se aclaraba si los premios eran acumulativos, si no lo eran, si el premio que corría era el de campeón de Andalucía o los de pódium. Había quedado Álvaro primero y también campeón de Andalucía. Si elegía el trofeo de campeón de Andalucía, el segundo clasificado, Novoa, se llevaría el trofeo al ganador. A éste no le parecía lógico, y creo que al resto del mundo, exceptuando quizás al congreso de los diputados, tampoco.

Por un momento nadie se aclaraba, alguien sugirió que Novoa se llevase el premio de campeón de Andalucía, Álvaro el de mejor debutante y José Montes, que andaba de excursión por la Alpujarra granadina, el de primer clasificado. 
 
En la comida de despedida presencié una imagen que quedará grabada en mi retina de por vida. Vanessa se acercó a la mesa donde estábamos comiendo los sevillanos y mirando a María se arrodilló y le pidió con ojos de cordero degollado que le enseñase los más profundos secretos del macramé. Un fajo de billetes de 50 le sobresalía de un bolsillo, y una pistola del calibre 22 del otro. Cuando me miró de reojo y me gritó: “titánico!” volví a ver peligrar mi vida y me fui a buscar el postre.

Y así acabó todo, bueno, todo todo no, a mitad de camino terminamos Peláez, María y yo jugando 3 partidas en una gasolinera de mala muerte en medio de la autovía, casi sin luz, arreciados de frío y escuchando aullidos de lobos no muy lejos. El Señor Oscuro, al borde de la locura, se reía solo y repetía una y otra vez “Aullido prolonga a maullido!”

martes, 1 de julio de 2014

EXPERIMENTO PSICO-SOCIAL NUMERO 1: EL HOMBRE DESCALZO




Puedo afirmar con rotundidad que la mejor forma de conocer realmente a las personas es ponerlas de golpe ante una situación chocante e inesperada… Y observar sus reacciones. Punto. Con eso basta y sobra.

Si el protagonista es uno mismo, tanto mejor. Porque aparte de estudiar cómo responde dicha persona ante un estímulo desde un punto de vista muy próximo, obtendrás información muy valiosa del concepto que en el fondo tiene sobre ti.

Llevaba yo dándole vueltas a esta teoría ya unos días, y buscando una manera adecuada de crear una situación a medio camino entre lo transgresor y lo mínimanente aceptable. Algo que jamás pudiese revestir el más mínimo riesgo, pero que no pasase desapercibido en absoluto.

Pues anoche se me encendió la bombilla, y decidí poner en práctica un experimento social.

Esta mañana, antes de entrar en mi oficina a trabajar, decidí dejar los zapatos en el coche. Iba a quedarme descalzo durante todo el día, como si fuese lo más natural del mundo. Y por supuesto, iba a abrir los ojos y a afinar los oídos.

Y este fue el resultado:

-Una compañera me preguntó si iba así como una forma de transgredir o protestar, y a continuación ella solita empezó a soltar un discurso sobre la necesidad de rebelarse, de plantar cara al poder, etc etc. LA REBELDE

-Otra persona me dio una charla sobre lo sanísimo que era andar descalzo para la circulación, para la temperatura corporal, etc. EL PRACTICO

-Un compañero disimuló su enorme sorpresa de forma muy diplomática y me dijo, intentando ser natural, que tuviese cuidado de no pincharme o golpearme. EL DIPLOMATICO

-Otro compañero estaba covencido de que lo hacía para que me tuviesen por desequilibrado y dejasen de mandarme tareas. Aplaudió mi iniciativa, y despotricó contra la oficina, los jefes, la organización del trabajo, etc. Luego me hizo fotos para mandárselas a un compañero que estaba de vacaciones. EL QUEMADO

-Dos compañeras me preguntaron en voz muy alta, para que todo el mundo se enterase: Niñooooo!!!!!!!! Dónde has dejado los zapatos? Por qué vas descalzoooooo!!??? LAS COTILLAS

-Dos compañeros no dijeron anda, pero se miraron el uno al otro para comentar la situación cuando yo no estuviese. LOS COMPLICES

-Una compañera se quedó totalmente bloqueada, sin poder reaccionar. Tenía miedo de hacer o decir cualquier cosa inadecuada. LA POLITICAMENTE CORRECTA.

-Un compañero miró con mala cara varias veces pero no se atrevía a decirme nada. Luego escuché que podía haber ido a contárselo a los jefes. EL JEFECILLO

-Una compañera se rió al principio, pero luego se quedó buscando un sentido más profundo y trascendental a mi descalzamiento. LA ANALIZADORA


Como conclusiones del experimento, extraigo:


1)La gente utiliza los problemas de los demás para expresar sus deseos, ideas, frustraciones y pensamientos más profundos. LA REBELDE-EL QUEMADO-EL PRACTICO-LA ANALIZADORA

2) Los problemas ajenos son una excelente forma de comunicación y de unión entre las personas. LOS COMPLICES-LAS COTILLAS-EL JEFECILLO-EL QUEMADO

3) Las personas que más se ciñen a las normas establecidas suelen ser las más incapaces de reaccionar ante una situación inesperada. LA POLITICAMENTE CORRECTA-EL DIPLOMATICO-EL JEFECILLO

4) La mayoría de personas que se interesan por tus problemas no lo hacen para ayudarte, sino para satisfacer su curiosidad: La gente me preguntaba por qué iba descalzo, yo contestaba que me había dejado los zapatos en casa, querían saber cómo y por qué, pero no me ofrecían soluciones.

Heme aquí!


jueves, 29 de mayo de 2014

LA INVASION DE LOS GASTROBARES



Hoy voy a hablar de ese fenómeno tan extendido últimamente por las principales ciudades de nuestro país: Los gastrobares, o como yo prefiero llamarlos, “gastobares”. En otras palabras: lo más chic, glamouroso y moderno en cuanto a ser estafados y pasar hambre a la última. Eso sí, con mucha clase y distinción.

Todo comienza un día cualquiera, en el que decides salir a tomar las tapas (pinchos, de Córdoba para arriba) de siempre en un bar de toda la vida. Así que sales a la calle y te diriges a donde siempre te han dado bien de comer y te han tratado como en casa, es decir, al bar “Jacinto”, o casa “Paquito” o como quieras llamarlo.

Sin embargo, en cuanto llegas allí, ves que algo no te acaba de encajar. Lo primero que te choca es que el bar ya no se llama “casa Paquito” ni “Jacinto”, y que el rótulo rojo y blanco con su nombre y el logo cutre de Cruzcampo tampoco está.

Ahora aquello se llama algo parecido a “El faisán plateado”,  “La oca dorada de cara al viento”, “La comadreja amarilla”, o en algún caso “el lemur con testículos de aluminio”. Vamos, la fórmula es muy sencilla: eliges un animal más o menos extraño, le pones un color que jamás tendrá, y opcionalmente, le añades una coletilla lo más hortera y pedante posible. Y ahí tienes el nombre de tu gastrobar. De primero de Empresariales, vaya.

Y digo que se llama “algo parecido” porque para leer el cartel, rotulado en amarillo chillón sobre fondo blanco, tienes que guiñar los ojos hasta que se te ponga cara de japonés estreñido comiendo limones verdes.  

 Tampoco te parece ver entre la clientela de la terraza a la típica vieja con una muleta comiéndose un plato de aceitunas (Fijaos bien, en TODOS los bares con terraza del mundo, SIEMPRE hay una vieja con una muleta comiendo aceitunas), a los inefables jubilados bebiendo tinto de garrafón mientras juegan al dominó (Entre los que JAMAS falta uno fumándose un puro y otro al que le faltan todos los dientes de delante), ni a los abnegados obreros descamisados y sudorosos devorando raciones de patatas bravas y solomillo al whisky.

Lo que sí ves, a través de una barroca cristalera tan grande como pedante e innecesaria, es a un gafa-pasta con un chaleco negro de cuello vuelto (Aún en pleno mes de agosto, los gafa-pasta NUNCA se quitan su chaleco negro de cuello vuelto), manipulando una tablet requete-ultra-ligera último modelo. A una pareja de aparentes y supuestos gays peinados al cepillo, y a un guiri (turista extranjero de Córdoba para arriba) desaliñado, con un portatil y el Messenger abierto (Sí, el Messenger, esa reliquia informática delante de la cual pasábamos horas sin hacer nada, esperando que la tía que nos gustaba se conectase, para luego no saber qué decirle cuando aparecía. No lo niegues, tú también lo has hecho).

Total, que te decides a entrar, ya con la mosca detrás de la oreja, esperando que te aparezca un camarero tipo “Manolo de Triana-lápiz en la oreja-camisa blanca con botones abiertos-pecho lobo-goterones de sudor-libreta en mano-acento andaluz cerrado-miarma, que quiere”, el cuál te solía recitar a voz en grito la carta entera de memoria a la velocidad del sonido, bebidas y postres incluídos.

Pero no!!! Sorpresa!! Quien te aparece es un inmaculado “waiter assistant” (ni se te ocurra llamarlo camarero), con una ridícula pajarita, un bigote estilo Cantinflas y un flequillo tipo Beatle, que te pregunta con acento hispano-gabacho qué vas a degustar.

Hasta ahora no se te había ocurrido mirar la carta,  pero mientras esperas encontrar el ajado folio plastificado y grasiento del añorado “Casa Jacinto” con restos de salsa roquefort, acabas por caer en la cuenta de que no existe tal carta. Lo que hay es un pizarrón del tamaño del marcador del Santiago Bernabeu, donde, con una letra aún más ilegible que la del rótulo de entrada y una caligrafía todavía más rimbombante, (por si no habían terminado de joderte del todo los ojos) parece indicar lo que hay para comer.

Y a medida que empiezas a leer, te empiezas a sentir como Alfredo Landa en una gala de Operación Triunfo (Imaginaos lo ridículos que se sentirán esos niñatos cantarines frente a una eminencia de nuestro cine y de nuestra historia), te vas acalorando poco a poco, y tomas conciencia real de no saber dónde te has metido. Lees cosas como:

Tartar de buey gallego con infusión de jengibre soja y yuzu 4,50
Emulsión de gambas en aceite de coco 3,50
Cerviche de pulpo con espuma de maracuyá 5,10
Tortellini con jugo de ostras reducido al Pedro Ximenez 2,50
Ensalada al bruinose con mayonesa de piñones 7,20


Se te ocurren mil preguntas, a cuál de ellas más ridícula: ¿Qué narices es el “yuzu”? Qué es un cerviche? ¿Cómo puede hacerse un buey con infusión, y por qué es gallego?  Por qué el gafa-pasta me mira fijamente y de reojo? Nunca antes nadie me había mirado fijamente y a la vez de reojo.

Ante todo esto, decides cerrar la boca y pedir algo que más o menos te suena bien. Optas por seguir un patrón de pensamiento lógico: te gustan las gambas y te gusta el coco, no quieres arriesgar mucho, por lo que pides la segunda opción del pizarrón Bernabeu.

El señor Cantinflas-John Lennon-licenciado en Oxford 45 veces- te toma nota en una PDA mega-molona y se marcha, volviendo al poco tiempo con tu pedido, y… sorpresa!!!!!   Porque cuando te pone el plato en las narices, se te queda la misma cara que cuando quedas con alguien por internet y te da plantón (No lo niegues, a ti también te ha pasado). Bajas la mirada, te frotas los ojos y lejos de ser una broma o un mal sueño, ves que tu “emulsión de gambas en aceite de coco” no es más que UNA gamba sin pelar con un chorrito de lo que debe de ser el aceite de coco.

Eso sí, detallistas son un rato: han conseguido que la gamba permanezca de pie en el plato, le han dejado la cabeza y los ojos, con lo cual ella te mira al mismo tiempo que tú la miras a ella. Enseguida establecéis una empática conexión, en la que parecéis deciros: “A ambos nos han engañado como a chinos y por eso los dos hemos acabado aquí”

En un alarde de orgullo y de valentía, y una vez acabado el banquete de la gamba solitaria, la cual aún debe andar descojonándose en tu estómago, pides la segunda tapa: la siempre segura, saludable y reconfortante ensalada. Ensalada al bruinose con mayonesa de piñones “Aquí nada puede fallar”, piensas ingenuamente, dando por hecho que una ensalada es siempre una ensalada. Aún así, no sabes ni lo que es un bruinose ni cómo demonios se puede hacer una mayonesa con piñones.

Pero no!!!!! Si un gastrobar te enseña algo, es que todo siempre puede ir a peor, por muy mal que vayan las cosas.

 Efectivamente, cuando ya piensas que no podías caer más bajo, llega tu segundo plato:
compruebas con estupor que se tarda más en pronunciar bien el nombre de la tapa que en comérselo: tu deseada ensalada consta nada más y nada menos que de TRES hojas de rúcula pulcramente ordenadas y simétricamente adornadas, con SEIS piñones milimétricamente partidos por la mitad, y unas gotitas de lo que debe ser la mayonesa de piñones.

Por más que busques, no encuentras la cámara oculta. Y mientras tus nervios no aguantan ni un minuto más el incesante sonido de los mensajes del Messenger del guiri desaliñado (Admítelo, tú también te conectabas en modo “invisible” para que la tía que te gustaba no viese que estabas todo el día conectado, cual pajillero universitario aburrido). Tampoco soportas la humillante mirada fija y lateral del gafa-pasta, así que llamas a Ringo Starr para que te traiga la cuenta.

Tu factura viene dentro de un monísimo cofrecito de ébano cerrado, con una delicada cerradura tallada en oro de 18 kilates, la cual tardas 10 minutos en abrir, enésima humillación que te hace sentir como un chimpancé con un cubo de Rubik en las manos.

Y mientras pagas los 27,60 euros de la cuenta, el gabacho te asegura que “no se ha pgoducido ningún eggor, señog”, y te justifica cada céntimo de la estafa de forma que no te enteras de nada.

Creedme, cuando tengáis un marrón en el curro, o vuestras novias os pillen con otra, u os tiréis un pedo en el ascensor y al llegar abajo aparezca un vecino (¿Por qué esto siempre ocurre? He llegado a pensar que cada vecino tiene un detector de pedos en el ascensor y que salen corriendo de sus casas para humillarnos cuando pecamos), no hay nada como hablar muy convencido y con voz muy solemne, pero que no se te entienda nada de nada, y os dejarán en paz.

 Sales de allí como el demonio de Tasmania y lo peor aún: con más hambre del que tenías al entrar. Y sientes cómo la vieja de la muleta, el gafa-pasta de la tablet chachi, el guiri del Messenger e incluso la gamba emulsionada del primer plato no paran de descojonarse de ti.

En fin… sed felices y comed perdices (Pero jamás en un gastrobar)